El Yôga Antiguo y la Alimentación

Fragmento del Libro La Dieta del Yôga de Edgardo Caramella
Siento que el progreso requiere, en una determinada etapa, que paremos de matar a nuestros compañeros, los animales, para la satisfacción de nuestros deseos corpóreos.
Gandhi

El Yôga es una filosofía que procede de la India, un país que cultiva eminentemente la alimentación lacto-ovo-vegetariana. En la actualidad, cuando ya su cultura se encuentra muy contaminada por costumbres de otros pueblos, todavía se observa una gran mayoría de habitantes que mantienen una dieta lacto-ovo-vegetariana.Viajando en el tiempo a los orígenes del Yôga, hace más de 5.000 años, descubrimos que aquellos antiguos filósofos prácticos basaban todo su trabajo de evolución en la ampliación de la energía. Ésa es la llave para alcanzar el samádhi (hiperconciencia), la meta de todos los tipos de Yôga. Además, el Yôga es una filosofía práctica, naturalista y que no posee teoría. Por ello el conocimiento se desarrolla exclusivamente a través de la práctica de técnicas; es un conocimiento empírico y vivencial. Los antiguos Maestros, inmersos totalmente en esa filosofía, adquirieron un elevado grado de desarrollo de la sensibilidad, conocieron la existencia de materia sutil e incluso desarrollaron técnicas para su captación y asimilación, como por ejemplo los pránáyámas, la expansión de la bioenergía a través de ejercicios respiratorios. Si observamos la frase que se le atribuye a Hipócrates, “somos lo que comemos”, es muy fácil deducir que los alimentos que ingerimos van a construir nuestro cuerpo físico, influirán en nuestras emociones, en nuestra conducta, en nuestra psiquis, en nuestros pensamientos, en nuestros actos, en nuestra descendencia, en la especie, en todo. Por ello, el sistema nutricional que acompaña a esta filosofía desde hace milenios se basa en la ingesta de alimentos que posean cierta forma de energía biológica que existe en la materia viva. Si incorporamos a nuestro organismo alimentos vegetales crudos, estamos brindándole células vegetales vivas con su calidad energética específica. Las plantas asimilan energía solar y la retienen en forma potencial; luego de ingerirlas, el organismo humano utiliza esa energía para sintetizar sustancias orgánicas esenciales, compensando así el propio desgaste celular. Esta bioenergía recibe el nombre genérico de prána, es básicamente energía solar y se define como cualquier tipo de energía manifestada biológicamente. Puede ser absorbida de la luz, del aire, del agua o de los alimentos. El prána genérico está integrado por cinco pránas que a su vez se subdividen en varios subpránas o energías auxiliares. Si en lugar de ingerir alimentos portadores de prána, basamos nuestra alimentación en trozos de carne de animales muertos, que además ya ha sido muy transformada por procesos de cocción, incorporamos entonces células muertas, sin ningún tipo de energía y que además ya han comenzado un proceso de deterioro que finalizará en la putrefacción, generando como consecuencia una alta carga de toxinas en el organismo. Pero ¿qué es la energía? Si recurrimos a los físicos, ellos nos dirán que es el poder o la capacidad para hacer un trabajo. Aquí observamos la palabra poder, y son justamente fuerza, poder y energía los tres conceptos a los cuales estuvo unido el Yôga en la antigüedad, tal como se lee en los textos eruditos (shástras). La energía es por lo tanto fuerza y puede encontrarse de dos maneras: una que es movimiento o acción -de allí que se la llame cinética- y otra pasiva o latente, pronta a liberarse en cualquier momento, denominada energía potencial. Lo interesante es que las diferentes formas de energía pueden transformarse en otras, pero para ello siempre es necesario que esté presente un catalizador o transformador. En nuestro organismo es constante este proceso de transformación de un tipo de energía en otro.

Veamos qué pasa en nuestras células, esas pequeñas porciones de materia en las cuales se desarrollan las actividades esenciales de la vida. Las células reciben un aflujo de sustancias procedentes del ambiente que las rodea y generan una excreción o eliminación de desechos que no son necesarios para ellas. Al recibir estas sustancias nutritivas simples, por el proceso denominado anabolismo, la célula elabora o construye sustancias más complejas, necesarias para la vida celular. Luego, por un proceso denominado catabolismo, estas sustancias se descomponen o destruyen y se libera energía. Ambos procesos, de extrema complejidad química, constituyen el metabolismo. Es aquí donde se revela la importancia de entender cuál es el tipo de alimentación que nos corresponde como especie humana. Cada especie animal tiene su propio patrón digestivo, sus enzimas, y está acostumbrada a una variedad de alimentos, determinados por sus antepasados, desde cientos de miles de generaciones anteriores. Los humanos no podemos vivir saludablemente comiendo exclusivamente pasto; tampoco con una dieta absoluta de carnes. En cambio sí podemos vivir perfectamente con un régimen frugívoro que incluya frutas frescas y secas en cantidad y variedad suficiente, como lo hacen nuestros parientes más cercanos, los monos antropomorfos. Si a la ingesta de frutas variadas le sumamos cereales, hortalizas, legumbres, semillas, huevos, lácteos y todos sus derivados, nos encontramos ante una alimentación variada, nutritiva, saludable, sabrosa y que constituye la tradición nutricional que acompaña al Yôga desde sus orígenes. Esta forma de comer, que parece ser tan antigua, es la que más se acerca a las propuestas de los nutricionistas más modernos.

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